1. Naturaleza
El recorrido de la la exposición ‘Arte americano en la colección Thyssen’ empieza con un primer capítulo dedicado al paisaje. Un tema central tanto en la colección Thyssen en general como en el arte americano en particular.
Además, el concepto de Naturaleza fue esencial en el proceso de creación de la joven nación norteamericana, por lo que la génesis y el desarrollo del género del paisaje no puede desvincularse ni de la historia ni de la conciencia política estadounidense. Así. la pintura de paisaje definía el país, al tiempo que lo representaba. Así, el reflejo de la naturaleza virgen se estableció como la fórmula más idónea de reafirmación del creciente espíritu nacional.
América sublime
Tras la independencia en 1776, y sobre todo a comienzos del siglo XIX, los artistas, en su mayoría formados en el viejo continente, tomaron conciencia de la grandeza de esa tierra. En sus inicios, el paisajismo americano fue una adaptación de la tradición romántica europea a la exuberancia del Nuevo Mundo, combinada con un sentimiento religioso y patriótico. En ‘América sublime’ se estudia la naturaleza como fuente de espiritualidad y de orgullo, de conectividad, de vida y de muerte.
Lo vemos en la obra de Thomas Cole, el primero en desvelar la relación del hombre con la naturaleza bajo las convenciones del romanticismo sublime y en plasmar un sentimiento religioso. También en Frederic Church, que incorpora además el espíritu científico propio de su alma de explorador. O en George Inness, con una obra visionaria y poética que busca despertar la emoción del espectador.
Pero la huella del romanticismo trascendental rompe las barreras cronológicas y permite vincular las obras del XIX y el XX. Así, la alegoría de la cruz que vemos en Cole o en Church sigue presente en algunos expresionistas abstractos como Alfonso Ossorio o Willem de Kooning. Además, los artistas del círculo del fotógrafo y galerista Alfred Stieglitz, como Georgia O’Keeffe, recuperaron para la modernidad el pasado místico del paisaje americano. Por su parte, otros pintores del siglo XX, como Mark Rothko y Clyfford Still, siguieron vinculados a la naturaleza sublime a través de la abstracción.
Ritmos de la tierra
Desde mediados del siglo XIX, la mentalidad positivista postdarwiniana propició un creciente interés científico por el entorno natural. Además, esta segunda generación de paisajistas se acercó a la corriente naturalista dominante en Europa durante gran parte del siglo XIX, interesándose por la historia natural y por el estado de transformación permanente de la naturaleza. Asher B. Durand, discípulo de Cole y ferviente defensor de la pintura del natural, muestra en su obra un realismo de minuciosidad científica. Lo mismo que John Frederick Kensett o James McDougal Hart.
Tras un largo viaje por Europa, donde estudió los nuevos tratados sobre la luz y el color, Frederic Church empezó a mostrar su interés por plasmar la transformación del paisaje en distintas estaciones y condiciones atmosféricas. Al igual que Jasper Francis Cropsey, que contribuyó a la difusión del formato panorámico que se impuso entre los artistas americanos hacia mediados de siglo. Un poco más avanzado el siglo XX, pintores como Theodore Robinson o William Merritt Chase muestran la incipiente influencia de la fugacidad del impresionismo francés.
Además, en el siglo XX destaca la figura de Arthur Dove, atento a la transformación de las fuerzas internas de la tierra y las condiciones cambiantes de la atmósfera, que busca integrar en su pintura naturaleza y abstracción. Y Hans Hofmann, para quien ‘la naturaleza es siempre la fuente de los impulsos creadores del artista’, cultivando una figuración orgánica que armoniza sus raíces y formación europeas con las novedades de su experiencia americana. También Jackson Pollock manifestó su deseo de reproducir los ritmos de la naturaleza. La coreografía del artista moviendo su cuerpo y su mano por encima del lienzo colocado en el suelo era toda una liturgia vinculada al mundo natural.
Impacto humano
La tensión entre civilización y preservación de la naturaleza penetró de tal modo en la pintura americana del XIX que preparó el terreno para la conciencia medioambiental moderna. La mayoría de los primeros paisajistas americanos se retiraron a vivir al campo y aparecen con frecuencia en sus cuadros escenas bucólicas de la vida campesina. Así simbolizan la abundancia de la tierra y la sintonía de los primeros colonos con el entorno natural.
Sin embargo, otros se interesaron por explorar el paso del tiempo a través de la actividad humana. Como muestran las escenas de los puertos de la costa atlántica pintadas por John William Hill, Robert Salmon, Fitz Henry Lane, Francis A. Silva o John Frederick Peto. Y que encuentran su contrapunto en la visión de Charles Sheeler en ‘Viento, mar y vela’, ya en el siglo XX.
La herencia de la tradición de la pintura de paisaje la recibe, a finales del XIX, Winslow Homer, cuya obra refleja la confrontación del hombre con las fuerzas de la naturaleza, Y continúa en el XX con Edward Hopper. Además, la imagen del árbol muerto que se repite en algunos de sus cuadros, enlaza con los que aparecen en las pinturas de Cole o de Durand, derribados por el destructor impacto humano.